LA OBRA

El odio diluido, contenido, quieto, hipócrita o en cualquiera de sus manifestaciones, llega a convertirse en un estado de sobrevivencia, energía progresiva, en reflejo distorsionado de la visión de uno mismo y de los otros, en instinto y reacción al amor.

El intérprete como una presencia en constante resolución y riesgo, detona en acciones irrepetibles que a partir de la relación entre la emoción y la acción, transforma la energía del odio en una idea progresiva, tomando el riesgo de la creación instantánea bajo parámetros claros de una dramaturgia vivencial que introducen al espectador a estados reales de percepción, en donde el producto resulta ser el propio proceso y la integración de elementos… tiempo, diseño, estructuración, ejecución y comunicación.

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